lunes, 14 de noviembre de 2016

Amor a tiempo

Hablar de violencia infantil resulta un tema delicado y controversial debido a que la línea que la separa de la educación no nos resulta –según nuestra propia cultura y grado de conocimientos al respecto- evidentemente marcada. En este texto me permito hablar no de la violencia evidente, la que manda a los niños a una sala de hospital, a las calles, a trabajos abusivos e inadecuados a su edad. Aquí de lo que quiero hablar es de la violencia que como padres nos es permitida, alentada e incluso aplaudida: la que “educa”.
Si eres una madre o un padre que ha optado o piensa optar por este medio y no estás de acuerdo con leer posturas que probablemente te creen confusión al respecto, es buen momento para dejar de leer. No quiero de ninguna manera que te sientas agredido (como ya muchas veces ha pasado cuando he querido tocar el tema en otras ocasiones) o que cuestiono tu calidad como madre o padre. No, también las buenas madres y los buenos padres pegan, aunque no sea lo correcto.
Ya que has seguido hasta aquí, quiero explicarte que escribo desde mi corta experiencia como madre, mi mediana experiencia como educadora y mi apenas considerable experiencia como ser humano. Desde ahí he llegado a esta conclusión que tal vez para ti pueda ser demasiado obvia: LA VIOLENCIA ESTÁ MAL. He llegado a ella tras darme cuenta de que es un factor constante en nuestra sociedad, en lo pequeño como en lo grande. Vive en el fortachón que se baja del auto a amenazar a una chica que le ha cerrado el paso en el carril de baja en medio de un embotellamiento. Vive en el hombre que le grita a la cajera por un procedimiento que ella no puede autorizar. Vive en la joven que se le avienta a los golpes a la señora de limpieza porque no ha limpiado de inmediato su cuarto. Vive en el gobernante que manda a asesinar estudiantes y violar mujeres porque no soporta las críticas. Vive en el hombre poderoso que propone crear muros tras declarar abiertamente su xenofobia –que no es más que hija de la ignorancia-.
LA VIOLENCIA ESTÁ MAL, está claro. Pero todo mal tiene sus raíces, a veces superficiales, otras veces muy profundamente enraizadas. Durante mucho tiempo, la violencia de género fue una condición que no se cuestionó (¡la misma Biblia comulga con ella!). La mujer no era más que un accesorio masculino para su satisfacción y comodidad. La medicina, la psiquiatría, la filosofía no la habían considerado (hasta entrado el siglo XX) como el Uno, sino como el Otro.  En la Historia es apenas un accidente, una ocasión fortuita.
Pero claro, este no es otro texto feminista, aunque quizá sí lo sea. La historia de la infancia viene muy de la mano con la historia de la mujer. Desarrollada en silencio y completa abnegación, la figura infantil no empieza a interesar hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando el niño se convierte en sujeto de consumo. Antes de esto, el niño –y su Ser- no tenían relevancia. De ahí que la palabra infancia venga del vocablo latín infans, “el que no habla” (entendido también como el que no opina o no se expresa). La violencia infantil se torna entonces la hermana callada de la violencia de género. Y no por mucho tiempo más, espero.
¿Qué es esta palabra tan de moda? ¿Violencia? Bien, la violencia la define la OMS como el uso intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte. Y con respecto al maltrato infantil, ha hecho una publicación recientemente que puedes leer aquí: http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs150/es/
Si bien para muchos es una palabra fuerte, la violencia hacia el niño es una realidad que –por normalizada- pasa desapercibida o disfrazada de la buena acción de educar y/o corregir los vicios y malas actitudes de los pequeños.
Analicemos pues, ya por fin, este último punto. Los adultos pegamos a los niños para educarles sin que esto llegue a ser violencia porque:
-Cada quien cría a sus hijos como quiera (que es la forma más educada en que lo he podido resumir). La frase de oro que te dirá quien no está dispuesto a poner en cuestión su forma de “corregir” a sus hijos. Pues sí, cada quien cría a sus hijos como crea/pueda/quiera. Lo mismo que cada quien cocina una sopa como le dé la gana y la imaginación. Pero así como cuando metes la calabaza mucho antes que la papa, no puedes esperar que tengan el punto óptimo de cocción; también puedes obtener resultados distintos a los que esperas si no conoces los alcances de tus acciones.
-A todos nos pegaron, somos personas de bien y no tenemos ningún trauma. Si crees que debido a los golpes se llega a ser una persona de bien, lamento decirte que no has sido educadx, sino adoctrinadx. Una persona de bien es aquella que lo hace porque el desarrollo de su conciencia así le ha enseñado a actuar, no porque recibió paliza tras paliza hasta que comprendió la diferencia entre el bien y el mal. Si a esto agregas que la infancia de presos, drogadictos y genocidas (por acortar la interminable lista) está plagada por escenas de violencia, nalgadas a tiempo, gritos, insultos, negligencia y varios etcéteras, la ecuación empieza a quedarnos corta de incógnitas.
Por último, me hace un poco de gracia la forma en que algunas personas suelen utilizar la palabra trauma. No, un niño que es golpeado no va necesariamente a terminar sentado en posición fetal en la esquina de un cuarto de hospital psiquiátrico (aunque sus posibilidades se eleven, eso sí), pero no es sorpresa para nadie saber que nuestra sociedad vive una gran crisis relacional, de autoconocimiento, de manejo de emociones,  de autoestima y una falta obvia de resiliencia.
-una nalgada no hace daño y sí corrige mucho. Bueno, UNA quizá no haga daño. Pero seamos realistas, el niño no recibe una única nalgada en su vida y conforme se va haciendo costumbre, las nalgadas caen como lluvia de mayo y al final terminan haciendo daño pues lo que se pretende corregir se termina reprimiendo sin dejar al niño interiorizar ni juzgar sus propias acciones. Es fácil de entender, el niño que deja de hacer las cosas tras recibir golpes atiende a un instinto de supervivencia y huída del dolor, no a un aprendizaje efectivo.
-Así aprende quién manda. (Esta frase tiene una pared en letras doradas en el Museo del Adultocentrismo) Pues bien, que quienes han elaborado nuestras leyes laborales en verdad son inútiles. Mañana mismo deberíamos presentarnos con el jefe/ la jefa para darle nuestra venia de ser maltratados hasta que entendamos que ellos están a cargo. No importa si ello implica tener que darnos unas cuantas nalgadas, ¿verdad?
Y al respecto del aprendizaje, la pedagogía –apoyada ya por la neurociencia- es cada día más clara: No hay aprendizaje significativo si éste no va cargado de afectividad.

La lista de falacias en torno –desde esta visión adultocentrista- es larga y se requiere de mucha voluntad para afrontar nuestros propios valores establecidos en torno a los conceptos de: violencia, respeto, bien, aprendizaje y educación. Pero una vez emprendido el camino, aunque cansado, se disfruta mucho.

Ojalá pronto se entienda que más que nalgadas, lo que necesitamos es AMOR a tiempo.

miércoles, 6 de julio de 2016

A un año.

Me rondaba ya desde hace varios meses la idea de crear un blog/bitácora en torno a la forma en que he vivido mi propia maternidad, sin tener mucha idea de qué es lo que iba a hacer en concreto. Hace un año nacía mi hija y desde entonces ha sido un camino de enormes satisfacciones, pero también me ha requerido mucha firmeza a la hora de encarar opiniones contrarias (muchas veces no requeridas) de una sociedad que se cree con derecho de decidir cómo cada quien debe criar a sus hijos.
La lactancia, las prácticas de apego, la alimentación, el colecho; son apenas algunas de las tantas cosas con las que he tenido que encontrarme sola muchas veces (salvo el valiosísimo apoyo de mi pareja) y pasar por "mala madre", "madre floja", "madre ignorante", "madre loca" y más tipos de madres que no me da la cabeza a nombrar ahora.
Desde el inicio - 21 de octubre de 2014, en que mi prueba en sangre dio positiva-, mi ser madre se ha ido construyendo a partir del deseo de romper algunos paradigmas que desde mi perspectiva no me llenaban en absoluto como persona. Mi concepción de la maternidad incluía altísimos ideales pedagógicos, feministas, sociales, espirituales y políticos (algunos quizá irrealizables, pero, ¿para qué están los ideales si no para hallar rumbo?). A partir de éstos vinieron tantísimas preguntas, algunas -las más- aún sin responder.
Mi primer decisión giró en torno a la lactancia. Desde que vi esa prueba de embarazo me resolví: "le voy a dar pecho a mi hijx". Esta primer decisión, con el paso de los días y la llegada de miles y miles de dudas, también se convirtió en el primero de mis miedos: -¿Y si no tengo leche?, ¿Y si no tengo suficiente?, ¿Y si no estoy lo suficientemente bien alimentada para darle un alimento de calidad?, la fórmula es carísima y yo estoy desempleada. Una síntesis de una enorme lista de miedos que más tarde descubrí estaban completamente fundamentados en mi ignorancia.
Sí, tal como lo lees, esta mujer que parece estar tan empoderada en torno a las decisiones que toma en la forma en que cría a su hija también estuvo llena de las miles de preguntas que seguro te has hecho, te haces o estás por hacerte. Si te quieres reír un poco, como ahora lo hago yo, también te puedo contar que era de la idea de que el primer deber de una madre es criar niños independientes, capaces de dormir en su propio cuarto (no digamos ya su cuna, ¡SU CUARTO!), cargarlos lo menos posible y dejarles llorar. Era de la idea, que ahora me parece poco menos que neanderthal, de que los niños son tan listos (y malvados, al parecer) que son capaces de tomarte el pelo en cuestión de nada si es que cedes tantito.
Afortunadamente, el tiempo me fue mostrando tantos errores. Y menos mal, porque mira que ya le habíamos echado el ojo a una cuna que tenía de preciosa lo que tenía de cara. Seguro que si alguien agradeció el que encontrara una forma natural y respetuosa de criar a nuestra hija, ése fue el bolsillo de mi novio (que entonces corría con gran parte de los gastos). No sólo fue la cuna. No compramos biberones, fajeros, guantes, gorros, carriola -meses después también se eliminaron los pañales desechables de nuestros gastos- aditamentos para una lactancia artificial, y cosas que ahora veo y sinceramente no les encuentro utilidad alguna (ufff, las madres somos un súper target mercadológico). Y pese a todo pronóstico, logramos escatimar en gastos de una forma impresionante.
Como si esto fuera poco, los beneficios económicos son apenas una parte de lo obtenido a lo largo de todo este año. Tras la difícil decisión de dejar el trabajo después de dos semanas de regresar, y tras haber presentado mi renuncia en medio de burlas y cuestionamientos de quienes eran mis jefes, me di a la tarea de dedicarme a mi hija enteramente hasta poco antes de sus doce meses. En este periodo, ella me ha enseñado más de lo que yo hubiera podido enseñarle. Me mostró todo lo que la naturaleza de un niño es capaz de hacer si respetamos su ritmo y nos sentamos simplemente a observar.
Y, en fin, a un año es increíble la cantidad de aprendizaje que se obtiene de nadar a contracorriente. He conocido mujeres maravillosas que se encuentran también por el mismo camino, mujeres que también fueron tomadas por locas al no entrar en el molde de madre tradicionalista y que más de una vez se han preguntado si van por buen camino. Es por eso que, si tú que estás leyendo te encuentras tan llena de dudas -y muerta de miedo a ratos-, sábete que está bien. Que no hay mejor método de aprendizaje que dudar y que desde aquí te mando mi solidaridad y admiración, esperando este pequeño esfuerzo sirva para alentarte y darte la fuerza que a veces tanto nos hace falta.