Hablar de
violencia infantil resulta un tema delicado y controversial debido a que la
línea que la separa de la educación no nos resulta –según nuestra propia cultura y
grado de conocimientos al respecto- evidentemente marcada. En este texto me
permito hablar no de la violencia evidente, la que manda a los niños a una sala
de hospital, a las calles, a trabajos abusivos e inadecuados a su edad. Aquí de
lo que quiero hablar es de la violencia que como padres nos es permitida,
alentada e incluso aplaudida: la que “educa”.
Si eres
una madre o un padre que ha optado o piensa optar por este medio y no estás de
acuerdo con leer posturas que probablemente te creen confusión al respecto, es
buen momento para dejar de leer. No quiero de ninguna manera que te sientas
agredido (como ya muchas veces ha pasado cuando he querido tocar el tema en
otras ocasiones) o que cuestiono tu calidad como madre o padre. No, también las
buenas madres y los buenos padres pegan, aunque no sea lo correcto.
Ya que
has seguido hasta aquí, quiero explicarte que escribo desde mi corta
experiencia como madre, mi mediana experiencia como educadora y mi apenas
considerable experiencia como ser humano. Desde ahí he llegado a esta
conclusión que tal vez para ti pueda ser demasiado obvia: LA VIOLENCIA ESTÁ
MAL. He llegado a ella tras darme cuenta de que es un factor constante en
nuestra sociedad, en lo pequeño como en lo grande. Vive en el fortachón que se
baja del auto a amenazar a una chica que le ha cerrado el paso en el carril de
baja en medio de un embotellamiento. Vive en el hombre que le grita a la cajera
por un procedimiento que ella no puede autorizar. Vive en la joven que se le
avienta a los golpes a la señora de limpieza porque no ha limpiado de inmediato
su cuarto. Vive en el gobernante que manda a asesinar estudiantes y violar
mujeres porque no soporta las críticas. Vive en el hombre poderoso que propone
crear muros tras declarar abiertamente su xenofobia –que no es más que hija de
la ignorancia-.
LA
VIOLENCIA ESTÁ MAL, está claro. Pero todo mal tiene sus raíces, a veces
superficiales, otras veces muy profundamente enraizadas. Durante mucho tiempo,
la violencia de género fue una condición que no se cuestionó (¡la misma Biblia
comulga con ella!). La mujer no era más que un accesorio masculino para su
satisfacción y comodidad. La medicina, la psiquiatría, la filosofía no la
habían considerado (hasta entrado el siglo XX) como el Uno, sino como el Otro. En la Historia es apenas un accidente, una
ocasión fortuita.
Pero
claro, este no es otro texto feminista, aunque quizá sí lo sea. La historia de
la infancia viene muy de la mano con la historia de la mujer. Desarrollada en
silencio y completa abnegación, la figura infantil no empieza a interesar hasta
la segunda mitad del siglo XX, cuando el niño se convierte en sujeto de
consumo. Antes de esto, el niño –y su Ser- no tenían relevancia. De ahí que la
palabra infancia venga del vocablo latín infans, “el que no habla” (entendido
también como el que no opina o no se expresa). La violencia infantil se torna
entonces la hermana callada de la violencia de género. Y no por mucho tiempo
más, espero.
¿Qué es
esta palabra tan de moda? ¿Violencia? Bien, la violencia la define la OMS como el uso intencional de la fuerza física, amenazas
contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como
consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo,
daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte. Y con respecto
al maltrato infantil, ha hecho una publicación recientemente que puedes leer
aquí: http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs150/es/
Si bien para muchos es una palabra fuerte, la violencia hacia
el niño es una realidad que –por normalizada- pasa desapercibida o disfrazada
de la buena acción de educar y/o corregir los vicios y malas actitudes de los pequeños.
Analicemos pues, ya por fin, este último punto. Los adultos
pegamos a los niños para educarles sin que esto llegue a ser violencia porque:
-Cada quien cría a sus hijos como quiera (que es la forma
más educada en que lo he podido resumir). La frase de oro que te dirá quien no
está dispuesto a poner en cuestión su forma de “corregir” a sus hijos. Pues sí, cada quien
cría a sus hijos como crea/pueda/quiera. Lo mismo que cada quien cocina una
sopa como le dé la gana y la imaginación. Pero así como cuando metes la
calabaza mucho antes que la papa, no puedes esperar que tengan el punto óptimo
de cocción; también puedes obtener resultados distintos a los que esperas si no conoces
los alcances de tus acciones.
-A todos nos pegaron, somos personas de bien y no tenemos ningún trauma. Si
crees que debido a los golpes se llega a ser una persona de bien, lamento
decirte que no has sido educadx, sino adoctrinadx. Una persona de bien es
aquella que lo hace porque el desarrollo de su conciencia así le ha enseñado a
actuar, no porque recibió paliza tras paliza hasta que comprendió la diferencia
entre el bien y el mal. Si a esto agregas que la infancia de presos,
drogadictos y genocidas (por acortar la interminable lista) está plagada por
escenas de violencia, nalgadas a tiempo, gritos, insultos, negligencia y varios
etcéteras, la ecuación empieza a quedarnos corta de incógnitas.
Por último, me hace un poco de gracia la forma en que algunas
personas suelen utilizar la palabra trauma. No, un niño que es golpeado no va necesariamente
a terminar sentado en posición fetal en la esquina de un cuarto de hospital psiquiátrico
(aunque sus posibilidades se eleven, eso sí), pero no es sorpresa para nadie saber
que nuestra sociedad vive una gran crisis relacional, de autoconocimiento, de
manejo de emociones, de autoestima y una
falta obvia de resiliencia.
-una nalgada no hace daño y sí corrige mucho. Bueno, UNA quizá no haga daño. Pero seamos realistas, el niño no recibe una única nalgada
en su vida y conforme se va haciendo costumbre, las nalgadas caen como lluvia
de mayo y al final terminan haciendo daño pues lo que se pretende corregir se
termina reprimiendo sin dejar al niño interiorizar ni juzgar sus propias
acciones. Es fácil de entender, el niño que deja de hacer las cosas tras
recibir golpes atiende a un instinto de supervivencia y huída del dolor, no a un
aprendizaje efectivo.
-Así aprende quién manda. (Esta frase tiene una pared en letras doradas en el Museo del Adultocentrismo) Pues bien, que quienes han
elaborado nuestras leyes laborales en verdad son inútiles.
Mañana mismo deberíamos presentarnos con el jefe/ la jefa para darle nuestra
venia de ser maltratados hasta que entendamos que ellos están a cargo. No
importa si ello implica tener que darnos unas cuantas nalgadas, ¿verdad?
Y al respecto del aprendizaje, la pedagogía –apoyada ya por
la neurociencia- es cada día más clara: No hay aprendizaje significativo si
éste no va cargado de afectividad.
La lista de falacias en torno –desde esta visión
adultocentrista- es larga y se requiere de mucha voluntad para afrontar
nuestros propios valores establecidos en torno a los conceptos de: violencia,
respeto, bien, aprendizaje y educación. Pero una vez emprendido el camino,
aunque cansado, se disfruta mucho.
Ojalá pronto se entienda que más que nalgadas, lo que
necesitamos es AMOR a tiempo.